martes, 19 de julio de 2011

¿QUÉ HACER CUANDO EL PILOTO SE MUERE?

por el Hermano Pablo

Tranquilo iba el vuelo en la pequeña avioneta Cessna. Era el anochecer y se acercaban a Flagstaff, Arizona. En el avión iban el piloto William Graham, y un pasajero, amigo suyo, Mateo Kornblum.

Todo iba normal cuando, de repente, William Graham se llevó una mano al corazón. «No me siento bien», alcanzó a decir. En seguida se desmayó. Kornblum logró apartar al piloto de los controles y tomar él mismo los del lado suyo. Pero Kornblum nunca antes había pilotado un avión. ¿Qué iba a hacer? La oscuridad se acercaba, estaban entre montañas, y él no sabía nada de aviones.

Kornblum se había dado cuenta de cómo su amigo William, el piloto, manejaba la radio, y en seguida dio aviso de que su piloto se había desmayado. La respuesta fue inmediata. «No se aflija. Desde acá recibirá instrucciones.»

Así fue. Kornblum prosiguió a describir la posición de todo en el tablero, y sistemáticamente fue recibiendo instrucciones. En cierto momento oyó otra voz, pero no la del aeropuerto. Era la voz de Julio, que volaba a su lado en otra avioneta. Julio fue describiendo, paso a paso, cómo hacer descender el avión sobre la pista, y así sucedió algo que Kornblum nunca creyó poder hacer: aterrizó sano y salvo. Lo que Kornblum no sabía era que su amigo, William Graham, había muerto.

Debe de ser horrible volar en una pequeña avioneta cuyo piloto ha muerto, sin saber uno cómo pilotarla. ¿Qué hacer? Tres cosas hizo Kornblum: sintonizó la radio, siguió las instrucciones y tuvo fe en el piloto que volaba a su lado.

¿Qué hacer cuando algo imprevisto y grave nos sucede en la vida? El incendio de la casa. Un accidente de tránsito. Un naufragio en alta mar. ¿Qué podemos hacer?

¿Qué hacer cuando descubrimos la infidelidad de nuestro cónyuge, cuando comprobamos que un hijo es drogadicto, cuando, por desfalco de un socio, todo el negocio se viene abajo? ¿Qué hacer? ¿Reaccionar con violencia? ¿Armarnos de un revólver? ¿Escapar al alcohol?

Nada de eso es necesario. Todos tenemos un piloto inmortal para guiarnos. Ese piloto es Jesucristo. Él puede, con toda calma, librarnos del mal. Pero tenemos que hacer lo que hizo Kornblum: mantener la sintonía con Dios en oración, atender a las instrucciones de su Palabra, la Biblia, y tener fe en Él.

Confiemos en Dios. Los que están en las manos de Dios nunca se desesperan. A los que confían en Él, Dios les da su gracia para sobrevivir a cualquier calamidad.

EL ÚLTIMO SALTO DE TIFFANIE

por el Hermano Pablo

La muchacha, esbelta, grácil y elegante, saltó del trampolín. Dio tres vueltas en el aire, en forma impecable, y cayó de cabeza en la piscina. Con ese salto magistral ganó el derecho de representar a Inglaterra, su patria, en los juegos olímpicos. ¿Quién era ella? Era Tiffanie Trail, joven de veintidós años de edad.

Lamentablemente Tiffanie no logró su sueño. Una lesión en la muñeca derecha la alejó de las competencias. Decepcionada, se fue a vivir a Sydney, Australia.

Un día, en Sydney, ensayó de nuevo el salto. Pero no lo hizo desde el trampolín de una piscina. Lo hizo desde el balcón de su apartamento, en el piso 23 de un rascacielos, a 69 metros de altura. La joven deportista, con una brillante carrera por delante, murió abrumada de tristeza.

¿Cuál será la decepción que tanto deprime a una persona que decide quitarse su propia vida? En el caso de Tiffanie fue, primero, el divorcio de sus padres. Esto la dejó devastada. Después fue la muerte de su novio, que pereció ahogado en el mar. Y finalmente fue la lesión en el brazo, por la que tuvo que abandonar su carrera. Aun cuando no podamos aprobar el suicidio, podemos comprender al suicida. La vida trae, para ciertas personas, tal carga de angustias que a veces, sin querer, tornan sus pensamientos hacia el suicidio.

El filósofo alemán Federico Nietzsche lo expresó así: «El pensamiento de suicidio es una gran fuente de consuelo con el que podemos pasar en calma toda una noche.» Es de notarse que Nietzsche murió severamente enajenado. Su ideología existencialista fue insuficiente para sostenerlo en el momento de su angustia. El suicidio es un consuelo magro, sin esperanza, sin expectativa y sin destino, que nada bueno puede traer.

Cuando las cargas de la vida se acumulan, cuando los dolores se vuelven insoportables, cuando, como dijo el poeta, «sólo abrojos nuestra planta pisa,» no es en el suicidio que debemos pensar. Debemos pensar en Aquel que es fuente de vida, de fortaleza, de consuelo y de paz.

Habrá quien diga: «Aun Dios me ha fallado.» Pero lo dice porque nunca ha buscado realmente a Dios. Cristo, el Hijo de Dios, Dios hecho carne, es nuestra esperanza segura. Clamemos a Él desde el fondo de nuestra angustia. Jesucristo escucha nuestro clamor aun antes que sale de nuestra boca. No cedamos al suicidio. Sometámonos más bien a la voluntad de Dios. En Él hay paz, serenidad y concordia. En Él hay esperanza. En Él hay vida. Él, y no el suicidio, es nuestra única seguridad.

Juan 3:16

por Carlos Rey

Se desató una tormenta de nieve en medio de la noche lúgubre y fría en la ciudad de Chicago. Mientras la gente entraba y salía por las grandes puertas de los edificios tratando de refugiarse en sus abrigos del helado temporal, un niño vendía periódicos en una esquina. Tenía demasiado frío como para preocuparse por la escasez de clientes. Al rato se acercó a un policía y le preguntó:

—Señor, ¿conoce usted un lugar donde un niño pobre como yo pudiera pasar la noche sin tanto frío? Es que por lo regular duermo en una caja ahí a la vuelta de la esquina en el fondo del callejón, y la verdad es que esta noche hace demasiado frío. ¡Qué bueno sería dormir en un lugar protegido del frío!

El policía se compadeció de la condición del niño y le dijo:

—Ve a esa casa blanca grande al final de la cuadra y toca a la puerta. Cuando alguien salga a ver quién es, tú sólo contesta: «Juan 3:16», y verás que te dejarán entrar.

El niño le dio las gracias al policía y siguió sus instrucciones. Cuando llegó a la casa, tocó a la puerta y se asomó una mujer. Él la miró y le dijo:

—Juan 3:16.

La mujer respondió:

—¡Bienvenido, hijo! Entra.

Y lo tomó de la mano, lo acomodó en un sillón frente a una gran chimenea y salió de la sala. El niño se arrellanó en el sillón y pensó: «Juan 3:16... No lo comprendo, pero ¡sí que le da calor a un niño que tiene frío!»

Pasados unos minutos, la mujer regresó y le preguntó:

—¿Tienes hambre?

Él contestó:

—Bueno, un poco. No he comido casi nada en los últimos dos días, así que me encantaría algo de comer.

La mujer lo llevó a la cocina y le sirvió una tras otra porción de comida deliciosa que él comió hasta hartarse. Entonces el niño volvió a pensar: «Juan 3:16... Todavía no lo comprendo, pero ¡sí que satisface a un niño hambriento!»

Luego la mujer lo llevó al segundo piso y le preparó un baño con agua tibia y jabón espumoso. En la tina, el niño pensó: «Juan 3:16... Aún no lo comprendo, pero ¡sí que limpia a un niño sucio! ¡Y este es el primer baño de verdad que he tenido en toda mi vida!»

Después que el niño terminó de bañarse, la mujer lo llevó a un amplio cuarto, lo arropó bien en una cama, le dio un beso y apagó la luz. En la oscuridad apenas podía divisar a través de la ventana la nieve que caía esa noche fría, y volvió a pensar: «Juan 3:16... todavía no lo comprendo, pero ¡sí que le da reposo a un niño cansado!»

Cuando el niño despertó al día siguiente, la mujer le sirvió el desayuno, lo volvió a acomodar en el sillón frente a la chimenea, abrió un libro grande y le mostró que Juan 3:16 es un pasaje de la Biblia que dice que Dios nos amó tanto que envió a su único Hijo al mundo la primera Navidad para salvarnos y darnos vida eterna. Es decir, una noche lúgubre y fría Dios miró a este mundo y diseñó un plan para satisfacer cada una de nuestras necesidades espirituales. Ante esto, el niño no pudo menos que pensar: «No lo comprendo, pero ¡sí que le da seguridad a un niño perdido!»

LA RESPUESTA DIVINA A LA REENCARNACIÓN

por Carlos Rey

Dios estaba soñando, y cuando Él soñaba, sucedían cosas maravillosas. Si soñaba con la comida, la producía y daba de comer. Si soñaba con la vida, la originaba mediante el nacimiento.

Mientras soñaba, entonaba una canción y tocaba sus maracas. Se sentía feliz, envuelto en una nube de humo de tabaco, de duda y de misterio. En el sueño apareció un gran huevo brillante. Dentro del huevo cantaban, bailaban y hacían mucho alboroto la mujer y el hombre porque no aguantaban las ganas de nacer. Felizmente para ellos, la alegría de Dios venció la duda y el misterio, así que nacieron mientras Él cantando decía: «Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira.»1

Ese era el concepto que los indios makiritare tenían de la creación. De ahí que creyeran en la reencarnación, como tantos otros pueblos en la historia humana. ¿Cuál será la fascinación que encierra la doctrina de la reencarnación? Seguramente el deseo innato que cada uno de nosotros tiene de vivir para siempre. El sólo creer que hemos de nacer y morir una y otra vez nos hace inmortales a nuestro juicio y a nuestra manera. Es como una vida eterna con varias muertes que no son más que interrupciones en un ciclo perpetuo de vida y muerte.

Lo cierto es que Dios siempre ha estado muy consciente de ese deseo nuestro, pues fue Él quien nos creo así. Cuando nuestros primeros padres le desobedecieron y recibieron el prometido castigo de la muerte como consecuencia, la muerte, lejos de ser mentira, llegó a ser una verdad ineludible.2 Por eso Él diseñó un plan para que pudiéramos volver a vivir: dispuso milagrosamente que su Hijo Jesucristo naciera como uno de nosotros y muriera en nuestro lugar, llevando sobre sí nuestro pecado.3

Dios había establecido que cada ser humano necesariamente habría de nacer y morir una sola vez en lo físico.4 Ahora cada uno podría también morir simbólicamente y renacer espiritualmente. El que optara por morir al pecado5 y nacer de nuevo como hijo adoptivo de Dios, aceptando el sacrificio de Cristo en su lugar, se haría acreedor a la vida eterna,6 sin interrupción alguna.

Con su encarnación, Cristo despojó de toda razón de ser a la reencarnación, pues ya no era necesaria para volver a vivir. Felizmente para nosotros, basta con que nos apropiemos del misterio de su divino plan7 y lo hagamos realidad en nuestra vida para que Él diga, cantando de alegría: «Rompo las cadenas del pecado y nacen de nuevo el hombre y la mujer. Y juntos viviremos eternamente.»


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1 Eduardo Galeano, Memoria del fuego I: Los nacimientos (Madrid: Siglo XXI Editores, 18a. ed., 1991), p. 3.
2 Gn 3:1‑19
3 Is 53:1‑12; 1P 2:24
4 Heb 9:27
5 Ro 8:13
6 Jn 3:1‑17
7 Ef 3:1‑11

«¿DÓNDE ESTÁN LOS JUGUETES?»

por Carlos Rey

(Canción cantada por Carlos Rey en audio y en video)

—Mamá, ¿dónde están los juguetes?
Mamá, el Niño no los trajo.

—Será que no vio tu cartica
que pusiste en la noche sobre tus chancletitas.

—Mamá, hoy me siento muy triste;
Mamá, el Niño no me quiere.

—Será que tú hiciste algo malo
y el Niñito lo supo; por eso no los trajo.

—Mi amor, ya no te sientas triste;
mi amor, si a tu lado me tienes.
//Y así esperaremos juntos,
rezaremos al cielo hasta el año que viene.//

«¿Qué hay de aquella voz que preguntaba a su mamá dónde están los juguetes? —pregunta Valentina Lares Martiz en Caracas como corresponsal de El Tiempo en diciembre de 2006, aludiendo a la canción del compositor venezolano Oswaldo Oropeza—.... Raquel Castaños se hizo célebre... con “Mamá, ¿dónde están los juguetes?”.... Su vida quedó enclavada en el mundo del espectáculo desde que grabó esa canción a los siete años, cuando era integrante del coro infantil Los Pájaros.

»... Castaños [es] hoy referencia obligada para todo el que quiera saber de la canción venezolana. Más de treinta discos engrosan su hoja de vida.... “Raquelita”: Así la llaman aún muchísimos venezolanos, que no pueden dejar de verla como la niña prodigio....»1

De ahí que la periodista colombiana pregunte qué fue de la niña venezolana que interpretó la canción. Pero ¿qué de los niños de carne y hueso que representa aquel niño creado por su autor? Esos son los genuinos protagonistas de la canción, los que no reciben juguetes ni en la Nochebuena ni en el Día de los Reyes... mientras que otros niños alrededor del mundo reciben tantos juguetes que no saben ni qué hacer con ellos. A los niños que no reciben nada, la Navidad los decepciona por completo. Por razones ajenas a su voluntad y a la de quienes cuidan de ellos —si son lo bastante afortunados para tener a alguien que los cuide y los quiera— han de conformarse cada año con esperar a ver si el destino les depara algo mejor el año que viene.

¡Qué triste que, además de carecer de lo que otros dan por sentado, muchos de esos niños malnutridos crecen creyéndose el cuento de que la culpa de su privación la tiene Dios o la tienen ellos, presuntamente porque el Niño Dios pasó de largo por su casa, o se hizo el de la vista gorda, o no tenía tiempo para leer su carta, o los está castigando por haberse portado mal. Lo cierto es que Jesucristo, aquel Niño Dios que vino al mundo para hacerse hombre y vivir rodeado de niños como ellos, no los quiere castigar sino perdonar cuando hacen algo malo y le piden perdón, porque sí los quiere. Cristo ama tanto a los niños que dio su vida por ellos para que pudieran vivir en el cielo por toda la eternidad,2 que vale infinitamente más que todos los juguetes del mundo.

EL VERDADERO SENTIDO DE LA NAVIDAD

por Carlos Rey

Un hombre recibió de parte de su hermano un automóvil como regalo de Navidad. Cuando salió de su oficina esa Nochebuena, vio que un niño desamparado estaba caminando alrededor del brillante auto nuevo y que lo contemplaba con admiración.

—¿Este es su auto, señor? —preguntó el niño.

El hombre afirmó con la cabeza.

—Mi hermano me lo dio como regalo de Navidad.

El niño se quedó asombrado.

—¿Quiere decir que su hermano se lo regaló y a usted no le costó nada? A mí sí que me gustaría... —titubeó el niño.

El hombre se imaginó lo que iba a decir el niño: que le gustaría tener un hermano así. Pero lo que el muchacho realmente dijo estremeció al hombre de pies a cabeza:

—Me gustaría poder ser un hermano así.

El hombre miró al muchacho con asombro, y se le ocurrió preguntarle:

—¿Te gustaría dar una vuelta en el auto?

—¡Claro que sí! ¡Me encantaría!

Después de un corto paseo, el niño se volvió y, con los ojos chispeantes, le dijo al hombre:

—Señor, ¿sería mucho pedirle que pasáramos frente a mi casa?

El hombre sonrió. Creía saber lo que el muchacho quería. Seguramente deseaba mostrarles a sus vecinos que podía llegar a su casa en un gran automóvil. Pero, de nuevo, el hombre estaba equivocado.

—¿Se puede detener donde están esos dos escalones?

El niño subió corriendo, y al rato el hombre oyó que regresaba, pero no tan rápido como había salido. Era que traía a su hermanito lisiado. Tan pronto como lo acomodó en el primer escalón, le señaló el automóvil.

—¿Lo ves? Allí está, tal como te lo dije, allí arriba. Su hermano se lo dio como regalo de Navidad, y a él no le costó ni un centavo. Algún día yo te voy a regalar uno igualito... Entonces podrás ver tú mismo todas las cosas bonitas que hay en los escaparates de Navidad, de las que he estado tratando de contarte.

El hombre se bajó del auto y subió al hermanito enfermo al asiento delantero. El hermano mayor, con los ojos radiantes, subió detrás de él, y los tres comenzaron a dar un paseo navideño inolvidable.

Esa Nochebuena, aquel hombre comprendió el verdadero significado de las palabras del apóstol Pablo, que a su vez recordaba las palabras de nuestro Señor Jesucristo: «Ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, mensaje que tiene poder para edificarlos y darles herencia entre todos los santificados. No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir.”»1


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1 Hch 20:32-35

UNA IMAGEN PERFECTA DE PAZ

por Carlos Rey

Había una vez un rey que ofreció un gran premio al pintor que pudiera captar en un cuadro la paz perfecta. Muchos artistas hicieron el intento. El rey examinó todas las pinturas, pero sólo hubo dos que realmente le gustaron, así que tuvo que escoger entre ellas.

La primera pintura era de un lago muy tranquilo. El lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre las montañas había un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que vieron esa pintura pensaron que reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas, pero eran montañas escabrosas. Sobre ellas se veía un cielo tempestuoso y un torrencial aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo, parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Ninguna de estas imágenes transmitía la paz. Sin embargo, al observar con cuidado, el rey vio tras la cascada un delicado arbusto que salía de una grieta en la roca. En el arbusto había un nido. Allí, en medio de la rugiente cascada, se posaba plácidamente un pajarito en su nido... la imagen perfecta de paz.

Esa imagen convenció al rey de que debía escoger como ganadora la segunda pintura. «La paz no significa —explicó el rey— estar en un lugar tranquilo, sin dificultades, sin arduo trabajo o sin dolor. La paz consiste en que, en medio del ruido y de la tempestad, sintamos calma en nuestro corazón.»

Menos mal que la paz que nos vino a traer el niño Dios hace unos dos mil años no dependía de un lugar tranquilo, sin el mugido de las vacas y el balido de las ovejas, sin contratiempos y sin trabajos o dolores como los de parto. Al contrario, el humilde pesebre en el que nació nuestro Señor Jesucristo representa para toda la humanidad un lugar en el que reinó la paz en medio de la adversidad. Porque quien ocupó ese plácido nido era el Salvador del mundo, el Rey del universo, el Príncipe de paz, que vino a identificarse con nosotros en nuestra condición humana, al extremo de sufrir el más cruel martirio muriendo en una cruz por nosotros. Por eso en Nochebuena podemos cantar: «Noche de paz». Y por eso podemos confiar en que cuando Él nos dijo que nos dejaba su paz,1 nos estaba ofreciendo la paz perfecta, paz que Él mismo había perfeccionado y que consiste en mantener la calma en medio de las tormentas de la vida.


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1 Jn 14:27