martes, 19 de julio de 2011

¿QUÉ HACER CUANDO EL PILOTO SE MUERE?

por el Hermano Pablo

Tranquilo iba el vuelo en la pequeña avioneta Cessna. Era el anochecer y se acercaban a Flagstaff, Arizona. En el avión iban el piloto William Graham, y un pasajero, amigo suyo, Mateo Kornblum.

Todo iba normal cuando, de repente, William Graham se llevó una mano al corazón. «No me siento bien», alcanzó a decir. En seguida se desmayó. Kornblum logró apartar al piloto de los controles y tomar él mismo los del lado suyo. Pero Kornblum nunca antes había pilotado un avión. ¿Qué iba a hacer? La oscuridad se acercaba, estaban entre montañas, y él no sabía nada de aviones.

Kornblum se había dado cuenta de cómo su amigo William, el piloto, manejaba la radio, y en seguida dio aviso de que su piloto se había desmayado. La respuesta fue inmediata. «No se aflija. Desde acá recibirá instrucciones.»

Así fue. Kornblum prosiguió a describir la posición de todo en el tablero, y sistemáticamente fue recibiendo instrucciones. En cierto momento oyó otra voz, pero no la del aeropuerto. Era la voz de Julio, que volaba a su lado en otra avioneta. Julio fue describiendo, paso a paso, cómo hacer descender el avión sobre la pista, y así sucedió algo que Kornblum nunca creyó poder hacer: aterrizó sano y salvo. Lo que Kornblum no sabía era que su amigo, William Graham, había muerto.

Debe de ser horrible volar en una pequeña avioneta cuyo piloto ha muerto, sin saber uno cómo pilotarla. ¿Qué hacer? Tres cosas hizo Kornblum: sintonizó la radio, siguió las instrucciones y tuvo fe en el piloto que volaba a su lado.

¿Qué hacer cuando algo imprevisto y grave nos sucede en la vida? El incendio de la casa. Un accidente de tránsito. Un naufragio en alta mar. ¿Qué podemos hacer?

¿Qué hacer cuando descubrimos la infidelidad de nuestro cónyuge, cuando comprobamos que un hijo es drogadicto, cuando, por desfalco de un socio, todo el negocio se viene abajo? ¿Qué hacer? ¿Reaccionar con violencia? ¿Armarnos de un revólver? ¿Escapar al alcohol?

Nada de eso es necesario. Todos tenemos un piloto inmortal para guiarnos. Ese piloto es Jesucristo. Él puede, con toda calma, librarnos del mal. Pero tenemos que hacer lo que hizo Kornblum: mantener la sintonía con Dios en oración, atender a las instrucciones de su Palabra, la Biblia, y tener fe en Él.

Confiemos en Dios. Los que están en las manos de Dios nunca se desesperan. A los que confían en Él, Dios les da su gracia para sobrevivir a cualquier calamidad.

EL ÚLTIMO SALTO DE TIFFANIE

por el Hermano Pablo

La muchacha, esbelta, grácil y elegante, saltó del trampolín. Dio tres vueltas en el aire, en forma impecable, y cayó de cabeza en la piscina. Con ese salto magistral ganó el derecho de representar a Inglaterra, su patria, en los juegos olímpicos. ¿Quién era ella? Era Tiffanie Trail, joven de veintidós años de edad.

Lamentablemente Tiffanie no logró su sueño. Una lesión en la muñeca derecha la alejó de las competencias. Decepcionada, se fue a vivir a Sydney, Australia.

Un día, en Sydney, ensayó de nuevo el salto. Pero no lo hizo desde el trampolín de una piscina. Lo hizo desde el balcón de su apartamento, en el piso 23 de un rascacielos, a 69 metros de altura. La joven deportista, con una brillante carrera por delante, murió abrumada de tristeza.

¿Cuál será la decepción que tanto deprime a una persona que decide quitarse su propia vida? En el caso de Tiffanie fue, primero, el divorcio de sus padres. Esto la dejó devastada. Después fue la muerte de su novio, que pereció ahogado en el mar. Y finalmente fue la lesión en el brazo, por la que tuvo que abandonar su carrera. Aun cuando no podamos aprobar el suicidio, podemos comprender al suicida. La vida trae, para ciertas personas, tal carga de angustias que a veces, sin querer, tornan sus pensamientos hacia el suicidio.

El filósofo alemán Federico Nietzsche lo expresó así: «El pensamiento de suicidio es una gran fuente de consuelo con el que podemos pasar en calma toda una noche.» Es de notarse que Nietzsche murió severamente enajenado. Su ideología existencialista fue insuficiente para sostenerlo en el momento de su angustia. El suicidio es un consuelo magro, sin esperanza, sin expectativa y sin destino, que nada bueno puede traer.

Cuando las cargas de la vida se acumulan, cuando los dolores se vuelven insoportables, cuando, como dijo el poeta, «sólo abrojos nuestra planta pisa,» no es en el suicidio que debemos pensar. Debemos pensar en Aquel que es fuente de vida, de fortaleza, de consuelo y de paz.

Habrá quien diga: «Aun Dios me ha fallado.» Pero lo dice porque nunca ha buscado realmente a Dios. Cristo, el Hijo de Dios, Dios hecho carne, es nuestra esperanza segura. Clamemos a Él desde el fondo de nuestra angustia. Jesucristo escucha nuestro clamor aun antes que sale de nuestra boca. No cedamos al suicidio. Sometámonos más bien a la voluntad de Dios. En Él hay paz, serenidad y concordia. En Él hay esperanza. En Él hay vida. Él, y no el suicidio, es nuestra única seguridad.

Juan 3:16

por Carlos Rey

Se desató una tormenta de nieve en medio de la noche lúgubre y fría en la ciudad de Chicago. Mientras la gente entraba y salía por las grandes puertas de los edificios tratando de refugiarse en sus abrigos del helado temporal, un niño vendía periódicos en una esquina. Tenía demasiado frío como para preocuparse por la escasez de clientes. Al rato se acercó a un policía y le preguntó:

—Señor, ¿conoce usted un lugar donde un niño pobre como yo pudiera pasar la noche sin tanto frío? Es que por lo regular duermo en una caja ahí a la vuelta de la esquina en el fondo del callejón, y la verdad es que esta noche hace demasiado frío. ¡Qué bueno sería dormir en un lugar protegido del frío!

El policía se compadeció de la condición del niño y le dijo:

—Ve a esa casa blanca grande al final de la cuadra y toca a la puerta. Cuando alguien salga a ver quién es, tú sólo contesta: «Juan 3:16», y verás que te dejarán entrar.

El niño le dio las gracias al policía y siguió sus instrucciones. Cuando llegó a la casa, tocó a la puerta y se asomó una mujer. Él la miró y le dijo:

—Juan 3:16.

La mujer respondió:

—¡Bienvenido, hijo! Entra.

Y lo tomó de la mano, lo acomodó en un sillón frente a una gran chimenea y salió de la sala. El niño se arrellanó en el sillón y pensó: «Juan 3:16... No lo comprendo, pero ¡sí que le da calor a un niño que tiene frío!»

Pasados unos minutos, la mujer regresó y le preguntó:

—¿Tienes hambre?

Él contestó:

—Bueno, un poco. No he comido casi nada en los últimos dos días, así que me encantaría algo de comer.

La mujer lo llevó a la cocina y le sirvió una tras otra porción de comida deliciosa que él comió hasta hartarse. Entonces el niño volvió a pensar: «Juan 3:16... Todavía no lo comprendo, pero ¡sí que satisface a un niño hambriento!»

Luego la mujer lo llevó al segundo piso y le preparó un baño con agua tibia y jabón espumoso. En la tina, el niño pensó: «Juan 3:16... Aún no lo comprendo, pero ¡sí que limpia a un niño sucio! ¡Y este es el primer baño de verdad que he tenido en toda mi vida!»

Después que el niño terminó de bañarse, la mujer lo llevó a un amplio cuarto, lo arropó bien en una cama, le dio un beso y apagó la luz. En la oscuridad apenas podía divisar a través de la ventana la nieve que caía esa noche fría, y volvió a pensar: «Juan 3:16... todavía no lo comprendo, pero ¡sí que le da reposo a un niño cansado!»

Cuando el niño despertó al día siguiente, la mujer le sirvió el desayuno, lo volvió a acomodar en el sillón frente a la chimenea, abrió un libro grande y le mostró que Juan 3:16 es un pasaje de la Biblia que dice que Dios nos amó tanto que envió a su único Hijo al mundo la primera Navidad para salvarnos y darnos vida eterna. Es decir, una noche lúgubre y fría Dios miró a este mundo y diseñó un plan para satisfacer cada una de nuestras necesidades espirituales. Ante esto, el niño no pudo menos que pensar: «No lo comprendo, pero ¡sí que le da seguridad a un niño perdido!»

LA RESPUESTA DIVINA A LA REENCARNACIÓN

por Carlos Rey

Dios estaba soñando, y cuando Él soñaba, sucedían cosas maravillosas. Si soñaba con la comida, la producía y daba de comer. Si soñaba con la vida, la originaba mediante el nacimiento.

Mientras soñaba, entonaba una canción y tocaba sus maracas. Se sentía feliz, envuelto en una nube de humo de tabaco, de duda y de misterio. En el sueño apareció un gran huevo brillante. Dentro del huevo cantaban, bailaban y hacían mucho alboroto la mujer y el hombre porque no aguantaban las ganas de nacer. Felizmente para ellos, la alegría de Dios venció la duda y el misterio, así que nacieron mientras Él cantando decía: «Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira.»1

Ese era el concepto que los indios makiritare tenían de la creación. De ahí que creyeran en la reencarnación, como tantos otros pueblos en la historia humana. ¿Cuál será la fascinación que encierra la doctrina de la reencarnación? Seguramente el deseo innato que cada uno de nosotros tiene de vivir para siempre. El sólo creer que hemos de nacer y morir una y otra vez nos hace inmortales a nuestro juicio y a nuestra manera. Es como una vida eterna con varias muertes que no son más que interrupciones en un ciclo perpetuo de vida y muerte.

Lo cierto es que Dios siempre ha estado muy consciente de ese deseo nuestro, pues fue Él quien nos creo así. Cuando nuestros primeros padres le desobedecieron y recibieron el prometido castigo de la muerte como consecuencia, la muerte, lejos de ser mentira, llegó a ser una verdad ineludible.2 Por eso Él diseñó un plan para que pudiéramos volver a vivir: dispuso milagrosamente que su Hijo Jesucristo naciera como uno de nosotros y muriera en nuestro lugar, llevando sobre sí nuestro pecado.3

Dios había establecido que cada ser humano necesariamente habría de nacer y morir una sola vez en lo físico.4 Ahora cada uno podría también morir simbólicamente y renacer espiritualmente. El que optara por morir al pecado5 y nacer de nuevo como hijo adoptivo de Dios, aceptando el sacrificio de Cristo en su lugar, se haría acreedor a la vida eterna,6 sin interrupción alguna.

Con su encarnación, Cristo despojó de toda razón de ser a la reencarnación, pues ya no era necesaria para volver a vivir. Felizmente para nosotros, basta con que nos apropiemos del misterio de su divino plan7 y lo hagamos realidad en nuestra vida para que Él diga, cantando de alegría: «Rompo las cadenas del pecado y nacen de nuevo el hombre y la mujer. Y juntos viviremos eternamente.»


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1 Eduardo Galeano, Memoria del fuego I: Los nacimientos (Madrid: Siglo XXI Editores, 18a. ed., 1991), p. 3.
2 Gn 3:1‑19
3 Is 53:1‑12; 1P 2:24
4 Heb 9:27
5 Ro 8:13
6 Jn 3:1‑17
7 Ef 3:1‑11

«¿DÓNDE ESTÁN LOS JUGUETES?»

por Carlos Rey

(Canción cantada por Carlos Rey en audio y en video)

—Mamá, ¿dónde están los juguetes?
Mamá, el Niño no los trajo.

—Será que no vio tu cartica
que pusiste en la noche sobre tus chancletitas.

—Mamá, hoy me siento muy triste;
Mamá, el Niño no me quiere.

—Será que tú hiciste algo malo
y el Niñito lo supo; por eso no los trajo.

—Mi amor, ya no te sientas triste;
mi amor, si a tu lado me tienes.
//Y así esperaremos juntos,
rezaremos al cielo hasta el año que viene.//

«¿Qué hay de aquella voz que preguntaba a su mamá dónde están los juguetes? —pregunta Valentina Lares Martiz en Caracas como corresponsal de El Tiempo en diciembre de 2006, aludiendo a la canción del compositor venezolano Oswaldo Oropeza—.... Raquel Castaños se hizo célebre... con “Mamá, ¿dónde están los juguetes?”.... Su vida quedó enclavada en el mundo del espectáculo desde que grabó esa canción a los siete años, cuando era integrante del coro infantil Los Pájaros.

»... Castaños [es] hoy referencia obligada para todo el que quiera saber de la canción venezolana. Más de treinta discos engrosan su hoja de vida.... “Raquelita”: Así la llaman aún muchísimos venezolanos, que no pueden dejar de verla como la niña prodigio....»1

De ahí que la periodista colombiana pregunte qué fue de la niña venezolana que interpretó la canción. Pero ¿qué de los niños de carne y hueso que representa aquel niño creado por su autor? Esos son los genuinos protagonistas de la canción, los que no reciben juguetes ni en la Nochebuena ni en el Día de los Reyes... mientras que otros niños alrededor del mundo reciben tantos juguetes que no saben ni qué hacer con ellos. A los niños que no reciben nada, la Navidad los decepciona por completo. Por razones ajenas a su voluntad y a la de quienes cuidan de ellos —si son lo bastante afortunados para tener a alguien que los cuide y los quiera— han de conformarse cada año con esperar a ver si el destino les depara algo mejor el año que viene.

¡Qué triste que, además de carecer de lo que otros dan por sentado, muchos de esos niños malnutridos crecen creyéndose el cuento de que la culpa de su privación la tiene Dios o la tienen ellos, presuntamente porque el Niño Dios pasó de largo por su casa, o se hizo el de la vista gorda, o no tenía tiempo para leer su carta, o los está castigando por haberse portado mal. Lo cierto es que Jesucristo, aquel Niño Dios que vino al mundo para hacerse hombre y vivir rodeado de niños como ellos, no los quiere castigar sino perdonar cuando hacen algo malo y le piden perdón, porque sí los quiere. Cristo ama tanto a los niños que dio su vida por ellos para que pudieran vivir en el cielo por toda la eternidad,2 que vale infinitamente más que todos los juguetes del mundo.

EL VERDADERO SENTIDO DE LA NAVIDAD

por Carlos Rey

Un hombre recibió de parte de su hermano un automóvil como regalo de Navidad. Cuando salió de su oficina esa Nochebuena, vio que un niño desamparado estaba caminando alrededor del brillante auto nuevo y que lo contemplaba con admiración.

—¿Este es su auto, señor? —preguntó el niño.

El hombre afirmó con la cabeza.

—Mi hermano me lo dio como regalo de Navidad.

El niño se quedó asombrado.

—¿Quiere decir que su hermano se lo regaló y a usted no le costó nada? A mí sí que me gustaría... —titubeó el niño.

El hombre se imaginó lo que iba a decir el niño: que le gustaría tener un hermano así. Pero lo que el muchacho realmente dijo estremeció al hombre de pies a cabeza:

—Me gustaría poder ser un hermano así.

El hombre miró al muchacho con asombro, y se le ocurrió preguntarle:

—¿Te gustaría dar una vuelta en el auto?

—¡Claro que sí! ¡Me encantaría!

Después de un corto paseo, el niño se volvió y, con los ojos chispeantes, le dijo al hombre:

—Señor, ¿sería mucho pedirle que pasáramos frente a mi casa?

El hombre sonrió. Creía saber lo que el muchacho quería. Seguramente deseaba mostrarles a sus vecinos que podía llegar a su casa en un gran automóvil. Pero, de nuevo, el hombre estaba equivocado.

—¿Se puede detener donde están esos dos escalones?

El niño subió corriendo, y al rato el hombre oyó que regresaba, pero no tan rápido como había salido. Era que traía a su hermanito lisiado. Tan pronto como lo acomodó en el primer escalón, le señaló el automóvil.

—¿Lo ves? Allí está, tal como te lo dije, allí arriba. Su hermano se lo dio como regalo de Navidad, y a él no le costó ni un centavo. Algún día yo te voy a regalar uno igualito... Entonces podrás ver tú mismo todas las cosas bonitas que hay en los escaparates de Navidad, de las que he estado tratando de contarte.

El hombre se bajó del auto y subió al hermanito enfermo al asiento delantero. El hermano mayor, con los ojos radiantes, subió detrás de él, y los tres comenzaron a dar un paseo navideño inolvidable.

Esa Nochebuena, aquel hombre comprendió el verdadero significado de las palabras del apóstol Pablo, que a su vez recordaba las palabras de nuestro Señor Jesucristo: «Ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, mensaje que tiene poder para edificarlos y darles herencia entre todos los santificados. No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir.”»1


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1 Hch 20:32-35

UNA IMAGEN PERFECTA DE PAZ

por Carlos Rey

Había una vez un rey que ofreció un gran premio al pintor que pudiera captar en un cuadro la paz perfecta. Muchos artistas hicieron el intento. El rey examinó todas las pinturas, pero sólo hubo dos que realmente le gustaron, así que tuvo que escoger entre ellas.

La primera pintura era de un lago muy tranquilo. El lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre las montañas había un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que vieron esa pintura pensaron que reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas, pero eran montañas escabrosas. Sobre ellas se veía un cielo tempestuoso y un torrencial aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo, parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Ninguna de estas imágenes transmitía la paz. Sin embargo, al observar con cuidado, el rey vio tras la cascada un delicado arbusto que salía de una grieta en la roca. En el arbusto había un nido. Allí, en medio de la rugiente cascada, se posaba plácidamente un pajarito en su nido... la imagen perfecta de paz.

Esa imagen convenció al rey de que debía escoger como ganadora la segunda pintura. «La paz no significa —explicó el rey— estar en un lugar tranquilo, sin dificultades, sin arduo trabajo o sin dolor. La paz consiste en que, en medio del ruido y de la tempestad, sintamos calma en nuestro corazón.»

Menos mal que la paz que nos vino a traer el niño Dios hace unos dos mil años no dependía de un lugar tranquilo, sin el mugido de las vacas y el balido de las ovejas, sin contratiempos y sin trabajos o dolores como los de parto. Al contrario, el humilde pesebre en el que nació nuestro Señor Jesucristo representa para toda la humanidad un lugar en el que reinó la paz en medio de la adversidad. Porque quien ocupó ese plácido nido era el Salvador del mundo, el Rey del universo, el Príncipe de paz, que vino a identificarse con nosotros en nuestra condición humana, al extremo de sufrir el más cruel martirio muriendo en una cruz por nosotros. Por eso en Nochebuena podemos cantar: «Noche de paz». Y por eso podemos confiar en que cuando Él nos dijo que nos dejaba su paz,1 nos estaba ofreciendo la paz perfecta, paz que Él mismo había perfeccionado y que consiste en mantener la calma en medio de las tormentas de la vida.


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1 Jn 14:27

SEPARACIONES NECESARIAS

por el Hermano Pablo

Desde antes que nacieran, ya eran la alegría de la familia. Hasta los cinco hijos en el hogar esperaban el arribo con entusiasmo. Pero cuando Clara y Altagracia nacieron, allí comenzó la gran preocupación. Eran dos preciosas y saludables niñas que venían a engrosar la familia Rodríguez, pero eran siamesas. Sus cuerpecitos estaban unidos por el abdomen y la cintura.

Cuando las niñas cumplieron trece meses de edad, las llevaron a la ciudad de Filadelfia, Pennsylvania, en los Estado Unidos. Allí un equipo de veintitrés cirujanos, dirigidos por el Dr. Everett Koop, trabajaron para separarlas. Cada una de ellas tenía sus propios órganos internos, aunque estaban entrelazados. Separarlos fue toda una hazaña de la cirugía. Al terminar la operación, el Dr. Koop anunció: «Las niñas crecerán sanas y normales. Hasta podrán tener hijos normales cuando sean grandes y se casen.»

¡Qué estupendas son las proezas de la medicina! El hábil bisturí sabe penetrar hasta lo más profundo de la carne humana, y dividir tejidos, vasos, órganos y nervios. Y después de hacer esas operaciones formidables en que se extirpan tumores, se cosen arterias, se injertan retinas y se trasplantan órganos, la persona operada queda sana y normal, viviendo y trabajando como si nada. Así fue el caso de las mellizas Rodríguez.

Si pudiéramos contemplar nuestro fuero interno con un aparato especial, capaz de penetrar alma y espíritu, veríamos que cada uno de nosotros lleva pegado, también, un hermano siamés. Me refiero a ese «otro yo», esa segunda naturaleza que cada uno lleva y que se comporta muy diferente de la otra. Tal parece que somos dos personas juntas, pero no al modo de las lindas criaturas Clara y Altagracia.

En nuestro caso, una es buena y otra mala. Una tiene elevados sentimientos morales, y la otra, instintos de bestia. Una es capaz de grandes virtudes; la otra vive ligada a vicios y pasiones. Una eleva; la otra destruye. Es probable que alguno de nosotros se haya preguntado: «¿Por qué soy yo así?»

¿Habrá quien pueda separar esos hermanos siameses que somos nosotros mismos? Sí, es Jesucristo, el gran Médico divino. Al aplicar su bendita gracia, Él puede quitar de nosotros la parte mala y dejar sólo la buena. Tenemos que desearlo y pedirlo, pero Él puede realizar esa operación espiritual. Jesucristo la llama «el nuevo nacimiento». Démosle la oportunidad. Él quiere ser nuestro Médico divino.

«COMO... EL CUENTO DE LA CENICIENTA»

por Carlos Rey

En este mensaje tratamos el caso de una mujer que «descargó su conciencia» en nuestro sitio www.conciencia.net. Lo hizo de manera anónima, como pedimos que se haga; así que, a pesar de que nunca se lo había contado a nadie, nos autorizó a que la citáramos, como sigue:

«Una mujer llegó a mi casa y me entregó a su bebé de tres días de nacida. Mi esposo y yo la aceptamos con gran ilusión, pues no habíamos podido tener hijos biológicos.... Ahora vivo con el temor de que mi hija adoptiva se entere de la verdad: que su verdadera madre la rechazó y [la] regaló porque era producto de su adulterio.»

Este es el consejo que le dimos:

«Estimada amiga,

»... Lo primero que le pediríamos a usted que hiciera es que reconsidere el lenguaje que emplea cuando piensa al respecto y cuando cuenta la historia de su hija. En lugar de pensar y decir que su madre la rechazó, sería más acertado (y mucho más amable) decir que la madre biológica de la niña quería que ella tuviera un hogar amoroso con una madre y un padre que estuvieran casados el uno con el otro, y que la madre biológica no podía proveer ese tipo de hogar para ella....

»Lo segundo que le aconsejamos que haga de inmediato es que le cuente a su hija la historia de cómo llegó a formar parte de su familia. Usted deseaba con urgencia un bebé, y tenía un hogar y una familia que ofrecerle. La madre biológica se convenció de que usted podía darle a su hija un hogar con mamá y papá, así que decidió que su hija tendría una mejor vida con usted. Cuando cuente esta historia, hágalo en el mismo tono de voz y del mismo modo en que hablaría acerca de cualquier otro tema. No diga que es algo muy importante o que es un secreto. Cuente la historia como si le estuviera contando el cuento de la Cenicienta. Es importante contarle la historia una y otra vez en el transcurso de los años para que se convierta en algo que ella siempre ha sabido.

»Como lo hemos contado antes, nosotros tenemos un hijo que adoptamos de seis meses de edad. Cuando le leíamos cuentos a la hora de acostarse, también le contábamos la historia de cómo su madre biológica lo amaba tanto que tomó la difícil decisión de permitirnos adoptarlo. Le mostramos fotografías del día en que lo llevamos a casa. Hablamos con él acerca de que sin duda su madre biológica lo extrañaba mucho, pero que había tomado la decisión acertada porque lo amaba. Nuestro hijo jamás se ha preocupado por el hecho de haber sido adoptado, ni tampoco ha hecho preguntas acerca de por qué su madre biológica no pudo quedarse con él. Ahora [es mayor de edad y tiene un título universitario,] y no ha mostrado ningún interés en conocer a su familia biológica.

»Por último, le aconsejamos que le pida a Dios en oración que le dé sabiduría para transmitirle sus pensamientos y sus palabras a su hija de una manera positiva. Dios desea ser el Amigo a quien acudimos con nuestros problemas más difíciles, y si usted se lo pide, Él puede ayudarla con esta situación y con las demás dificultades en su vida. Orar es exactamente igual a conversar con un amigo. Dígale a Dios lo que está pensando y sintiendo. Luego deténgase, quédese quieta y escuche mientras Él le responde al corazón.

»Le deseamos que escuche la voz de Dios,

«EL NIÑO DEL CRUCE»

por el Hermano Pablo

Se llamaba Juan José Ferrer. Vivía en el barrio de Villaverde, Madrid, España. Era alegre y vivaz, y siempre estaba con amigos. Pero un día desapareció de la casa. Lo buscaron por todas partes, pero fue imposible hallarlo.

Un año después un amigo suyo, Jesús Fuentes, confesó espontáneamente el delito. Él había estrangulado a Juan José «por gusto», en el kilómetro 6 de la carretera a Andalucía. Las crónicas españolas recuerdan a la víctima como «El niño del cruce». ¿La edad de cada uno? Diez años la víctima, y trece el homicida.

Casos como éste, hasta hace pocos años, ocurrían sólo entre adultos. Pero ahora son niños los que llenan las páginas de los periódicos con las crónicas rojas.

A Jesús Fuentes, por ser la última persona con quien Juan José había sido visto vivo, lo interrogaron innumerables veces. Pero ni detectives, ni maestros, ni psicólogos ni clérigos lograron hacerlo hablar. Casi un año después, espontáneamente, confesó todo y llevó a las autoridades al lugar donde había enterrado al amiguito. Lo increíble del caso no deja de ser que el homicida sólo tenía trece años de edad, y la víctima apenas diez.

¿Qué está pasando con nuestra niñez? Hay que decirlo. Es como un culto a la violencia, un desprecio por la vida, incitada, según el criterio de muchos, por esa influencia nefasta del cine y la televisión.

«El niño del cruce» podría representar a la sociedad sobre la línea de demarcación entre el temor de Dios y la total rebeldía de la raza humana.

Es imposible creer que pueda haber tanto desprecio por la vida humana sin que la sociedad sienta el golpe de conciencia. ¿Cómo es que el hombre —en este caso, el niño— puede engañar, robar, estafar y matar sin sentir el más mínimo remordimiento? ¿Qué de nuestra conciencia? ¿Dónde está el sentido de humanidad? ¿Acaso todos nos hemos vuelto animales? ¿Qué le está pasando a la raza humana?

Es que el hombre ha hecho caso omiso de Dios, y al no reconocer la soberanía divina cada uno se constituye en su propio dios. El resultado es una anarquía devastadora que destruye al individuo y a la sociedad. No puede haber sensatez mientras no se reconozca la autoridad de Dios en la vida humana.

Ya es hora de que sometamos nuestra voluntad al señorío de Cristo. No habrá paz, ni equilibrio ni cordura en el mundo hasta que Él sea Señor de la vida humana. Permitamos que esa paz comience en nuestro corazón. Sometamos hoy mismo nuestra vida a Cristo.

¿QUÉ SERÁ DE NUESTRO HOGAR?

por el Hermano Pablo

No era la ruta de Don Quijote, pero fue casi igual de larga, unos trescientos kilómetros. Y no los movía un ideal loco sino el rescate de alguien en necesidad. Y no los animaba el fuego español sino el calor de familia.

Eran tres niños: Manuel, de trece años; Miguel, de nueve; y Javier, de seis, que junto con su padre Manuel Manzano Moreno caminaron a pie desde Córdoba, España, hasta Madrid, la capital. La caminata les tomó seis días.

El propósito del viaje era pedir el indulto de su madre, Pilar, condenada a tres años y seis meses de prisión, por narcotráfico. Aun sin conocer el resultado de su misión, no podemos menos que ver en esto una caminata de amor. Iban con un solo motivo: pedir el perdón para una madre que cometió un error. No tan brillante, quizá, como la caminata de Don Quijote, pero igualmente movida por un impulso de amor.

Si hay algo que nos conmueve en esta crónica, es ver a una familia unida con un solo propósito: tratar de ayudar a la esposa y madre a salir de su dilema. En estos días cuando la familia se está deshaciendo, cuando valores como la fidelidad, el respeto y el amor son muchas veces ignorados, cuando el divorcio, acompañado del abandono de niños, destruye uno de cada dos hogares, nos conviene detenernos y dar gracias a Dios que, a pesar de que hubo una infracción de leyes, había también una genuina demostración de amor, unidad y compasión dentro de ese núcleo familiar.

¿Podríamos reflexionar, por unos momentos, acerca de la condición de nuestro matrimonio, de nuestra familia, de nuestros hijos? ¿Hay en nuestro hogar honra, amor, fidelidad y respeto? ¿Amamos de corazón a nuestro cónyuge?

¿Cómo tratamos a nuestros hijos? ¿Ven ellos en nosotros, los padres, cariño, dirección, ejemplo y amor? ¿Se sienten ellos seguros en la presencia de sus padres?

¿Y cómo responden nuestros hijos? ¿Aman, respetan y honran a sus padres? ¿Obedecen, en humildad, los deseos sanos de ellos?

Si no nos detenemos para responder a estas inquietudes, no sabremos por qué no hay paz en nuestro hogar. Leamos la Biblia juntos. Hablemos con Dios en oración. Démosle entrada a Cristo en nuestro hogar. Él traerá consigo el bálsamo de suavidad que dará armonía a toda la familia.

No vivamos más sin Dios.

LOS NIÑOS, LA MENTIRA Y EL ROBO

por Carlos Rey

En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:

«Tengo un niño de seis años [que es muy] inteligente y muy extrovertido.... Siempre me pide dinero; muy pocas veces le doy (sólo cuando puedo). En estos días llegó de la escuela comiendo helado, y yo no le había dado dinero.... Le revisé los bolsillos y, [para] mi mayor sorpresa, tenía [unos billetes]....

»Luego de decirme varias mentiras, me dijo que los había sustraído de una cajita donde guardo un dinero. Eso me entristeció mucho. No le pegué porque le prometí que si me decía la verdad, no le pegaba.

»[También] me confesó que era la segunda vez que lo hacía.... Eso me preocupa mucho. ¿Qué me aconsejan?»

Este es el consejo que le dimos:

«Estimada amiga:

»Lo más importante de la información que nos dio es la edad de su hijo, ya que nuestra respuesta a su caso sería muy diferente si su hijo fuera mayor. Pero a los seis años de edad, los niños (aun los que son muy inteligentes) no tienen la capacidad intelectual de comprender cuestiones morales tales como la mentira y el robo. Los expertos en el desarrollo de los niños sostienen que un niño de seis años no puede distinguir del todo entre la realidad y la fantasía.

»Los padres no deben esperar que sus hijos menores de siete años entiendan la lógica. Eso es importante porque se requiere la lógica para razonar, y es necesaria la razón para comprender los derechos de propiedad. Por lo tanto, es poco realista esperar que su hijo comprenda por qué es malo quitarle algo a usted. De modo que, si bien usted debe enseñarle que eso es malo, no debe esperar que él comprenda por qué lo es.

»Con frecuencia los padres les hacen a sus hijos la pregunta: “¿Por qué?”, esperando en vano a que la respondan. Los niños menores de siete años no tienen capacidad alguna para explicar por qué hicieron algo en particular....

»A los niños se les debe enseñar a distinguir entre el bien y el mal. Y hay que darles el debido castigo cuando desobedecen. Los padres incluso deben dar razones para las reglas de acuerdo con la edad de los niños, tales como: “Cuando se le pega a alguien, eso duele. Serás castigado si le pegas a alguien.” ... Sin embargo, es inútil y destructivo decir luego: “¿Por qué quieres herir a mamá?” ... Con eso se le echa la culpa al niño de tener malas motivaciones, cuando el niño aún no puede razonar debidamente como para tener malas motivaciones. Y se le da al niño la idea de que él mismo es malo en lugar de su conducta.

»La Biblia enseña que todo ser humano nace con una naturaleza pecaminosa.1 Un niño toma decisiones que son malas moralmente, como cuando miente y cuando roba, desde muy temprana edad; pero Dios no lo juzga culpable de ese pecado hasta que tenga la madurez necesaria para comprender y razonar. Mientras tanto, Dios le da al niño padres que tienen la responsabilidad de enseñarle a distinguir entre el bien y el mal, y de disciplinarlo con el fin de ayudarlo a escoger lo bueno y lo que no ha de hacerle daño....

»Dele un abrazo a su hijo de nuestra parte,

»Linda y Carlos Rey.»

El consejo completo, que por falta de espacio no pudimos incluir en esta edición, puede leerse con sólo pulsar el enlace que dice: «Caso 59» dentro del enlace en www.conciencia.net que dice: «Caso de la semana».


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1 Sal 51:5

CUANDO EL SUBMARINO SE HUNDE

por el Hermano Pablo

Llevaba allí cuarenta y nueve años, casi medio siglo, descansando sobre blandas arenas, recostado sobre un flanco en medio del silencio y de la oscuridad. Dentro de él estaban los cuerpos de cincuenta marinos alemanes: la tripulación completa.

¿Qué era? Un submarino alemán de 80 metros de eslora, identificado como U-1226. Fue hundido en acción de guerra frente a las costas del Canadá, y fue descubierto casi medio siglo después. Lo halló el buceador Edward Michaud el 5 de junio de 1993.

El submarino debió de haber sufrido uno de los tantos dramas del mar que en su caso se tradujo en tragedia. Navegando frente a la costa atlántica del Canadá, fue cañoneado en octubre de 1944. Se hundió lenta e irremisiblemente, transformándose en la sepultura de sus cincuenta tripulantes. Pronto lo rodearon el silencio, la oscuridad y la eterna calma del fondo de los mares.

Fue un final trágico para esos cincuenta hombres. No hubo forma de salvarse. Eran prisioneros dentro del casco de acero que terminó siendo su sepultura. Así es la guerra, y así es la vida.

¿Qué hace uno cuando, aunque no se encuentre dentro de un submarino hundido, de todos modos se encuentra dentro de una situación adversa que parece tragárselo vivo? Ve uno, poco a poco, hundirse su vida en el mar de la desesperación, y no hay nada que puede hacer para detener el naufragio. ¿Qué hace uno? ¿A quién acude? ¿Hay alguna solución?

Probablemente la mayoría de nuestras adversidades tienen una causa humana y, por lo tanto, una solución humana. Gran parte del tiempo somos nosotros mismos los que provocamos nuestras tragedias. Volviendo sobre nuestros pasos podemos, muchas veces, hallar dónde y cómo comenzó nuestro mal. Y si en humildad nos despojamos de toda rebeldía y pedimos perdón a quien hemos ofendido, allí queda resuelto nuestro problema.

Sin embargo, otras veces parece no haber solución. Todas las puertas están cerradas y no hay escape. Es en esos momentos y para esas situaciones que tenemos que deponer nuestro orgullo y confesarle a Dios nuestra inhabilidad. La obstinación es nuestro enemigo número uno, ya que no nos deja encontrar a Dios. Y sin embargo, es Él quien puede librarnos del naufragio.

Humillémonos ante nuestro Creador. Dios nos ama. Él sólo espera escuchar nuestra oración. Digámosle: «Señor, te necesito. ¡Ayúdame, por favor!» De hacerlo así, Él nos rescatará.

CUANDO SE HA ESFUMADO TODA ESPERANZA

por el Hermano Pablo

Los síntomas eran los clásicos: sudores nocturnos, escalofríos, decaimiento, tos seca, y filamentos de sangre en la saliva. Orlando Vásquez, joven de treinta y dos años de edad, de Córdoba, Argentina, no sabía qué enfermedad tenía.

Lo cierto es que Orlando sufría la enfermedad que había sido mortal en las primeras décadas del siglo veinte y que se creía que ya había sido erradicada. Su médico, el doctor Ramírez, tuvo que declararle a Orlando la triste verdad: «Usted, señor, tiene tuberculosis.» Pero en el caso de Orlando el diagnóstico era fatal, porque la enfermedad había reaparecido acompañada de una terrible hermana: el SIDA.

Vivimos en un mundo cuya atmósfera está llena de gérmenes y virus. Si no es la influenza que nos debilita, es algún tumor que amenaza ser canceroso. Para Orlando Vásquez fue esa combinación ominosa y mortal de tuberculosis y SIDA. Así es esta vida.

¿Qué hace una persona cuando el último recurso se le ha esfumado? Si es impetuosa y emocional, podría hasta enloquecerse. Si es una persona pragmática, que todo lo analiza, podría volverse escéptica e indiferente. ¿Qué esperanza tiene el ser humano ante los golpes irreversibles de la vida?

Si no hemos experimentado la pérdida de la última gota de esperanza, lo más probable es que ni siquiera se nos ha ocurrido estudiar cómo reaccionaríamos ante una desgracia así. Pero ninguno de nosotros sabe cuándo podrá caer víctima de alguna calamidad. ¿Habrá alguna preparación para las fatalidades de la vida?

Sí la hay. Cuando sabemos que esta vida aquí en la tierra es sólo una pequeñísima parte de la existencia y que nos pertenece toda la eternidad que nos espera, las cosas de este mundo pierden su trascendencia. La dicha se vuelve relativa, y la amargura, inconsecuente. Sabemos que este mundo no es nuestro hogar. Estamos aquí sólo de paso.

Ese conocimiento produce tanta paz que soñamos acerca del día en que estaremos para siempre con el Señor, libres de esta atadura terrestre.

¿Cómo podemos tener esa esperanza? Jesucristo dijo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Los que le hemos pedido a Cristo que sea Señor y Dueño de nuestra vida tenemos, ya, asegurado el cielo. Hagamos de Cristo el Señor de nuestra vida, y la seguridad de la gloria eterna será nuestra.

«EL SUEÑO DE MARÍA»

por Carlos Rey

«Tuve un sueño, José. En realidad no lo pude comprender, pero me parece que se trataba del nacimiento de nuestro hijo....

»La gente estaba haciendo preparativos, con varias semanas de anticipación. Adornaban sus casas de colores brillantes, estrenaban ropa, salían de compras muchas veces y volvían con muchísimos regalos. Era un tanto extraño, pues los regalos no eran para nuestro hijo. Los envolvían en hermosos papeles y los ataban con preciosos moños, y luego los ponían debajo de un árbol.

»Sí, José, un árbol, y dentro de sus casas: un árbol decorado, con sus ramas llenas de esferas y un gran número de adornos. Algunos de esos adornos despedían una luz encantadora. En lo más alto del árbol había una figura realmente hermosa. Me pareció que era una estrella o un ángel.

»Era un ambiente muy acogedor. Todos estaban contentos y sonrientes, emocionados por los regalos que se daban unos a otros.

»Pero, ¿sabes qué, José? No quedó ni un solo regalo para nuestro hijo. Me dio la impresión de que nadie lo conocía, ya que nunca mencionaron su nombre. ¿No te parece extraño que la gente trabaje y gaste tanto en los preparativos para celebrar el cumpleaños de alguien a quien ni siquiera mencionan?

»Tuve la extraña sensación de que, si nuestro hijo hubiera estado en esa fiesta, lo habrían tratado como a un desconocido. Todo lucía hermoso y la gente se veía feliz; sin embargo, sentí muchas ganas de llorar.

»¡Qué tristeza para Jesús, no ser invitado a su propia fiesta de cumpleaños! Menos mal que sólo fue un sueño. ¿Te imaginas lo terrible que sería si eso se hiciera realidad?»

Este cuento de autor desconocido que lleva por título «El sueño de María» nos hace reflexionar sobre lo que se ha hecho una costumbre muy arraigada en nuestra sociedad. Se trata de la práctica de hacer caso omiso del Cumpleañero más importante del género humano. ¿Acaso no se le concede a su nacimiento tanta importancia que marca la división de la historia? Las designaciones «antes de Cristo» y «después de Cristo» lo ponen de relieve como el Personaje por excelencia de la historia universal. Con razón que a la Virgen María le pareciera tan extraña la manera como actualmente celebramos el cumpleaños de su hijo. Es como si todos, menos Cristo, cumpliéramos años ese mismo día.

Si bien no tiene sentido que hagamos caso omiso del Cumpleañero más importante del género humano, es porque ese hijo de María, y por eso llamado «el Hijo del hombre» en los Evangelios, era también el Hijo de Dios. Dios nuestro Creador, que nos hizo a su imagen y semejanza, se humilló y tomó nuestra naturaleza humana, naciendo en un pesebre, para que nosotros pudiéramos nacer de nuevo y algún día ser glorificados, asemejándonos a Él en su naturaleza divina.

El verdadero sueño de María era que el mundo reconociera a su hijo Jesucristo como el Hijo de Dios. ¡Qué hermoso sería si eso se hiciera realidad!

NUEVE AÑOS PARA ENCONTRARSE A SÍ MISMO

por el Hermano Pablo

Fueron nueve años de su vida, quizá los nueve que pudieran haber sido los más productivos: de los veintisiete a los treinta y seis. Pero fueron nueve años que pasó en prisión. Y no sólo en prisión, sino en el pabellón de los condenados a muerte.

«Tuve que contemplar mi muerte durante nueve años —escribió David Mason— para comenzar a descifrar la vida. Nueve años para comprender el dolor que causé. Nueve años para aceptar responsabilidad por mis crímenes, y nueve años para sentir remordimiento por lo que hice.»

David Mason, quien había estrangulado a cinco personas, pagó su deuda a la sociedad en la cámara de gas un día martes, 24 de agosto. Joven todavía, terminó sus días con fuertes sentimientos encontrados, por un lado lamentando su vida perdida, pero por el otro dando gracias a Dios que había hallado la salvación de su alma. Porque durante esos nueve años encontró a Dios y comprendió la gran realidad ineludible de la justicia humana y la justicia divina.

Uno tiene que preguntarse: ¿Por qué tuvo David Mason que llegar a lo más hondo de su vida, hasta ser destruido, para allí darse cuenta de que la vida tiene valor y de que, sometidos a la voluntad divina, podemos vivir con dignidad?

No es necesario cometer un asesinato, ser condenado a muerte y cavilar durante años tras las rejas de una cárcel para comenzar a vivir de nuevo. En cualquier lugar y en cualquier momento podemos recapacitar y decidir someternos a la voluntad de Dios para disfrutar de la vida al máximo.

Todos nuestros problemas vienen como resultado de descuidar las leyes morales de Dios. «No codiciarás», «No hurtarás», «No darás falso testimonio», «Honra a tu padre y a tu madre», «No cometerás adulterio» y «No matarás» son leyes que se aplican a toda persona de todo tiempo y de todo lugar.

Siempre que cualquier persona —sea quien sea, tenga el trasfondo que tenga, viva donde viva y crea lo que crea— quebrante una o más de estas leyes, sufrirá las consecuencias. Aunque no quiera aceptarlas como ordenanzas divinas, como quiera, si las infringe, sufrirá las consecuencias. ¿Acaso tenemos que llegar a la cámara de gas para descubrir esa clara y visible verdad?

No tenemos que esperar hasta estar en el lecho de muerte para arrepentirnos. Ahora mismo podemos aceptar a Jesucristo como nuestro Señor. Él implantará sus divinas leyes en nuestra vida, e implantará en nosotros el deseo y la fuerza para cumplirlas.

«CON SU SANGRE ESCRIBIÓ: ¡LIBERTAD!»

por Carlos Rey

(Aniversario de la Publicación de la Adopción Oficial del Himno Nacional de El Salvador)

(Himno cantado por Carlos Rey en audio y en video)

El 11 de diciembre de 1953 la Asamblea Legislativa de El Salvador publicó un decreto que invalidaba los dos himnos nacionales reconocidos como oficiales por acuerdos ejecutivos en 1866 y 1891. En su lugar, el decreto reconocía oficialmente como Himno Nacional el que comisionó el Presidente Doctor Rafael Zaldívar y se estrenó en el antiguo Palacio Nacional de la Capital de la República el 15 de septiembre de 1879.

El compositor del himno fue el maestro italiano Juan Aberle, que llegó a El Salvador a fines del siglo diecinueve y la convirtió en su segunda patria al casarse con una salvadoreña. El autor de la letra fue el general Juan José Cañas, poeta y militar distinguido, oriundo de San Miguel, que hizo armas en la campaña nacional contra los filibusteros en 1856.1

Estas son las palabras del coro y de la primera estrofa que se cantan actualmente:

//Saludemos la patria orgullosos
de hijos suyos podernos llamar;
y juremos la vida animosos,
sin descanso a su bien consagrar.//

De la paz en la dicha suprema,
siempre noble soñó El Salvador;
fue obtenerla su eterno problema,
conservarla es su gloria mayor.

Y con fe inquebrantable el camino
del progreso se afana //en seguir//,
por llenar su grandioso destino,
conquistarse un feliz porvenir.

Le protege una férrea barrera
contra el choque de ruin deslealtad,
desde el día que en su alta bandera
con su sangre ///escribió: ¡Libertad!///

Entre los deberes cívicos que reafirma la Ley de Símbolos Patrios de 1972 se encuentra el Decreto Legislativo de 1936 que ordena que al final de toda correspondencia oficial se incluya el lema «Dios, Unión, Libertad» que aparece en el Escudo de Armas y en la Bandera Nacional. Es que si bien, según la letra del Himno Nacional, el pueblo salvadoreño pagó con su sangre el precio de su libertad física, el precio de su libertad espiritual lo pagó con su propia sangre Jesucristo, el Hijo de Dios, al que le rinden homenaje con un gran monumento en San Salvador que lo reconoce como «el Salvador del mundo».

Ahora sólo falta que cada ciudadano que, orgulloso de llamarse hijo de la Patria, se esfuerza por cumplir esa promesa de consagrar la vida a su bien, consagre también su vida a servir a Cristo, asegurando así su derecho de llamarse hijo de Dios.2

«EL DUEÑO ME ORDENA HACER COSAS ILEGALES»

por Carlos Rey

En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:

«Hace ocho meses cambié de empleo. Llevo la contabilidad de una empresa pequeña. El dueño me ordena hacer cosas ilegales, como bajarle los impuestos y liquidar mal las horas de los trabajadores. Desde que hago esto, no tengo paz. Me siento muy mal porque estoy robando al estado y además estoy fallándole a Dios.

»Siempre pido a Dios que cambie el corazón de este hombre para que haga las cosas como se debe. Él ha mejorado en algunos aspectos, pero no sé qué debo hacer: ¿renunciar, o continuar en el trabajo orando por él, para que Dios haga su obra? ¿Qué decisión debo tomar?»

Este es el consejo que le dimos:

«Estimada amiga,

»Al parecer, usted se encuentra en una de esas situaciones difíciles en las que se tiene que decidir entre dos opciones que bien pudieran tener resultados positivos, como también consecuencias negativas. Con frecuencia es difícil analizar qué es más importante: los resultados positivos posibles o las consecuencias negativas probables.

»Muchas personas pueden identificarse con su caso. Tienen jefes que exigen un comportamiento inmoral y a veces hasta ilegal de parte de sus empleados. Pero necesitan el empleo, de modo que guardan silencio y esperan que nadie se entere. Sin embargo, como usted plantea en el caso suyo, la conciencia les recuerda que no todo está bien, y no pueden hallar paz.

»Dios le dio la conciencia para librarla de situaciones que pudieran robarle la paz que sólo resulta de estar en armonía con Él. Por eso el apóstol Pablo dijo: “En todo esto procuro conservar siempre limpia mi conciencia delante de Dios y de los hombres.”1 No haga caso omiso del mensaje que su conciencia de continuo pone en su mente. Para tener una conciencia limpia delante de Dios y de los hombres (las autoridades competentes en particular), creemos que debe renunciar a su trabajo.

»Hay personas que están en su misma situación, pero creen que no pueden renunciar a su trabajo por una razón u otra. Día tras día, vuelven a su lugar de empleo y se ven obligadas a actuar en formas que contravienen sus principios y sus normas éticas. En estos casos, tarde o temprano una de dos cosas ocurre: o viven constantemente agitadas a tal punto que pueden contraer una enfermedad a causa del estrés, o les falla la conciencia y ya no sienten ninguna culpa por las decisiones poco éticas e ilegales que rutinariamente les toca tomar. Le animamos a que evite estas consecuencias indeseadas dejando su trabajo actual lo antes posible, y a que le pida a Dios que le ayude a encontrar un nuevo empleo en el que no se vean comprometidos sus principios éticos.

»Por supuesto, debe seguir orando por su jefe, pidiendo a Dios que le hable por medio de la conciencia. Tal vez el ejemplo del firme propósito suyo sea el factor que finalmente capte su atención y lo lleve a evaluar su conducta.

»¡Haga lo que le dicte la conciencia!

»Linda y Carlos Rey.»

Este caso y este consejo pueden leerse e imprimirse si se pulsa el enlace en www.conciencia.net que dice: «Caso de la semana», y luego el enlace que dice: «Caso 58».


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1 Hch 24:16

POR EL SOLO GUSTO DE MATAR

por el Hermano Pablo

El plan era inconcebible, y más aún por ser la idea de tres adolescentes de apenas diecisiete años de edad. Éstos habían estado jugando con ritos satánicos, y tal como dictaba, en parte, la literatura que habían leído, salieron temprano hacia un bosque cerca de su ciudad en busca de algo para sacrificar. Tendría que ser, según indicaba la lectura, un sacrificio de sangre.

Esa misma mañana, tres amiguitos, dos de ocho años y uno de siete, montaron en sus bicicletas y se fueron de paseo al bosque. Era su lugar favorito de juegos. Pero allí estaban los tres adolescentes.

Por una de esas cosas inexplicables, inauditas, increíbles, los tres adolescentes, casi al mismo tiempo, tuvieron la misma idea. «Aquí está nuestro sacrificio de sangre.» Y esa mañana, un miércoles 5 de mayo, en las afueras de la ciudad, mataron a puñaladas a los tres niñitos. A los muchachos los arrestaron, pero seis familias quedaron destrozadas. ¿Qué pudo haberse metido en el corazón de esos tres jóvenes para que cometieran tan horrendo crimen?

Todos venimos a este mundo con un sentido de pudor. Sabemos que algunas cosas son admisibles y otras no. Aun como chiquillos nos escondemos cuando hacemos algo que nuestro corazón no aprueba. Entendemos que hay cosas que sí se pueden hacer y cosas que no se deben hacer.

¿Dónde, entonces, quedó este sentido de decencia, de recato, de respeto por la vida humana, para que estos tres, todavía casi en su niñez, se permitieran abandonar toda probidad y matar por el solo gusto de matar?

El Maestro de Galilea dijo en cierta ocasión: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Es decir, del interior del corazón, de los sentimientos del alma, del ser que uno es, proceden las acciones. Uno es por fuera lo que uno es por dentro, y aunque podemos, por un tiempo, cubrir nuestras intenciones, tarde o temprano la máscara cae. En unos es egoísmo y celo y odio. En otros ese odio se convierte en violencia, pero el fondo es el mismo: el pecado.

¿De dónde vienen estas motivaciones malsanas? Del Adán caído. Es la herencia del pecado de nuestros primeros padres, herencia que recibimos todos los seres humanos. Por eso envió Dios a su Hijo para limpiarnos de todo pecado.

La única esperanza que hay para nosotros es tener a Cristo en el corazón, pues Él desplaza el pecado de Adán. Abrámosle nuestro corazón. Él transformará nuestra vida.

TE PERDONO

Por Carlos Rey

Ismael Cerna era sobrino del Mariscal Vicente Cerna, quien había sido depuesto como presidente de Guatemala. Ismael empleaba sus dotes de poeta para combatir, mediante la prensa y otras actividades, al entonces presidente, el general Justo Rufino Barrios. Lo cierto es que no comulgaba en absoluto con el régimen de Barrios. Tanto insistió en atacarlo el joven Cerna, que el presidente Barrios resolvió mandarlo a la cárcel por actividades subversivas.

En la cárcel el joven poeta, inspirado por quién sabe qué, le envió un nuevo poema al presidente en el que lo calificaba de tirano. Y como si eso fuera poco, retó a Barrios a que le quitara la vida. El presidente, después de leer el poema detenidamente, mandó llamar al poeta para que se lo leyera en voz alta. Cerna no se acobardó, sino que lo hizo con la voz vibrándole de emoción. Barrios quedó admirado de la actuación del poeta y le dijo:

—Estos versos no son malos, joven.

Cerna replicó:

—Si son buenos o malos no lo sé, puesto que sólo los he sentido.

Barrios le preguntó entonces:

—¿Le gustaría estar libre?

Pero Cerna le contestó:

—A usted no le pido nada.

—Está bien —concluyó Barrios—, está libre. ¡Váyase! La historia me hará justicia aunque usted no lo haga.

Cerna salió de la cárcel y también del país en exilio voluntario, y no volvió sino hasta después de la muerte de Barrios. Pero no se quedó callado. En un aniversario de la muerte del ex mandatario, aprovechó la ocasión para subir a la tribuna y recitar los siguientes versos:

Yo que de tu implacable tiranía una víctima fui,
yo que en mi encono quisiera maldecirte todavía,
no olvido que en un instante en tu abandono
quisiste engrandecer la patria mía,
y en nombre de esa patria te perdono.1
Tal vez haya influido en Ismael Cerna el siguiente consejo que San Pablo les dio a los efesios: «Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.»2 Todos necesitamos el perdón, tanto el darlo como el recibirlo. Los que no somos perdonadores somos perdedores. Y los que no recibimos el perdón de Dios perdemos la vida eterna que Él nos dio al morir en la cruz. Para recibir ese perdón divino y la vida eterna que lo acompaña, basta con que oremos el padrenuestro así como Cristo nos enseñó que hiciéramos: «Padre, ... perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.»3

EL CENICERO MÁS GRANDE DEL MUNDO

Por el Hermano Pablo

Fue un día especial para la ciudad de Houston, Texas. No era un día de nieve ni de ciclón. No había campeonato de béisbol ni concierto de la orquesta sinfónica. Ese día, en un negocio de la ciudad, se instalaría el cenicero más grande del mundo.

En un receptáculo especial, miles de hombres y mujeres comenzaron a arrojar colillas de cigarrillos. Era una manera de protestar contra el abuso del tabaco, y una forma de evidenciar su propia decisión personal de no volver a fumar.

Miles de colillas, hasta llegar a pesar 300 kilogramos, llenaron el cenicero más grande del planeta. ¡Qué buena la decisión de estos habitantes de Houston!

Dejar de fumar, y dejarlo para siempre, es una de las mejores resoluciones que pueden hacerse, ya sea en Año Nuevo o en mitad de año, o en cualquier día del calendario. Porque el humo del tabaco es, en el mejor de los casos, totalmente inútil, y en el peor de los casos, nocivo tanto para el organismo del que lo fuma como para el inocente que se ve obligado a aspirarlo por la inconsciencia del fumador que está a su lado. El humo del tabaco es pestilente, maloliente, deprimente y repelente, además de no dejar célula del cuerpo sin estropear. Bueno sería que en cada ciudad del mundo comenzaran a poner ceniceros gigantes, y que se organizara un campeonato mundial para ver quién hiciera el más grande.

Después de hacer campeonato de ceniceros de cigarrillos, podrían hacerse campeonatos de otras clases de vicios de la humanidad que igualmente la dañan, estropean y arruinan. Por ejemplo, podría haber, en todas partes del mundo, campeonatos de tanques de licores, adonde cada persona adicta al licor fuera a vaciar sus botellas; campeonatos de resumideros de drogas y de marihuana; campeonatos de cualquier otra cosa que se bebe, se come, se huele, se aspira o se inyecta, y que perturba, daña, enferma, crea adicción y mata a ese ser que no vive bajo la protección de un Creador sabio y amoroso, sano, perfecto, inocente y limpio; y campeonatos de los despojos mortales de todo lo que ensucia y envilece el alma, tal como el odio, la violencia, la mentira, la lujuria, la inmoralidad, la crueldad y la vanidad.

Sin embargo, estos campeonatos no son más que una ilusión. Lo que sí puede ser realidad es la decisión de cada uno, una decisión muy personal, de despojarse de todo lo que es malo, y de pedirle a Cristo que sea su Señor y su Salvador.

«LA VIDA NO TIENE SENTIDO SIN TI»

Por el Hermano Pablo

Quiero un pasaje de ida solamente, para Londres.» Así dijo en la agencia de viajes de Melbourne, Australia, Neil Browne, hombre de treinta años de edad.

Cuando tomó el avión y comenzó el vuelo, Neil se mostró sereno. Su rostro no reflejaba ni pena ni alegría, ni angustia ni temor, sino sólo la expresión del que ha tomado una decisión definitiva, la de poner fin a sus días.

Cuando llegó a Gales, punto final de su viaje, Neil cerró herméticamente las puertas de su auto, dejó el motor en marcha y se dejó morir asfixiado por el monóxido de carbono. En las manos tenía las fotografías de él y de su novia, y un mechón de los cabellos de ella. Tres días antes, su novia también se había suicidado, por ser imposible el casamiento de los dos.

He aquí otro caso de «pacto suicida», común entre muchos enamorados desde los tiempos de Romeo y Julieta, y otro doble suicidio de jóvenes que se suma a los miles que se producen semanalmente.

Neil Browne y Susan Pritchard se habían conocido en 1980 en Gales, Inglaterra. Se enamoraron y se juraron amor, eterno. La boda iba a realizarse en 1984, pero por desavenencias familiares, la joven no podía viajar a Australia. Por eso se suicidó arrojándose a las aguas de un río. Neil la siguió en el pacto suicida poco después.

«La vida no tiene sentido sin ti», escribieron los dos enamorados. Para ellos la vida consistía en estar unidos; en vivir siempre juntos, ya fuera como pobres o ricos; en mirarse y escucharse cada día; y en compartir todas las cosas, todos los momentos, todos los sentimientos, todas las ilusiones y todos los pensamientos.

Si eso no se podía realizar, era mejor morir, porque sin eso la vida carecería de importancia, de sentido y de estímulo.

Es precisamente esto último que Cristo demanda de aquellos que desean hacerse sus discípulos: un amor eterno, que no se satisface con nada de este mundo sino con la presencia permanente y la comunión con el Ser amado. Cristo recompensa ese amor, esa devoción y consagración a Él, con la más grande de las bendiciones para las cuales fue creado el hombre: conocerlo, amarlo y servirle como su Señor y Salvador.